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¿Por qué juramos en arameo con los pimientos de Padrón?


Porque, como bien afirma el dicho popular “os pementos de Padrón uns pican e outros non”. E os que pican, adoecen. Lo que quiere decir que estimulan a base de bien a los receptores del dolor sensibles a la temperatura que tenemos en la boca y especializados en alertarnos de que “eso” que estamos comiendo está demasiado caliente…. o que pica a rabiar. De ahí la dolorosa sensación de ardor que provocan “os que pican”. Que lo hacen a consecuencia de los compuestos alcaloides, entre los que destaca con mucho la capsaicina, que acumulan en mayor o menor medida -y al parecer en función de tantas variables (edad de la planta, horas de sol, rocío,…) que resulta poco menos que imposible predecir si van a picar o no- en su “carne” o tabiques. Ojo, en la carne, no en las semillas, lo que desmonta ese remedio popular de comer sólo la punta para no las semillas y así evitar lo, ahora ya lo sabemos, inevitable.

Si, vale, pero… ¿y lo de jurar en arameo? Esto viene a cuento de una reciente investigación efectuada por el psicólogo Richard Stephens, de la británica universidad de Keele, en el que comprobó que decir tacos, palabrotas y, en definitiva, echar pestes por la boca, ejerce un psicológico efecto anestesiante que ayuda a sobrellevar el dolor; y tan efectivo que alarga en un 50% el tiempo que podemos resistirlo.

Una circunstancia que comprobó de un modo tan simple como ingenioso: solicitó a los 64 voluntarios que se sometieron al experimento que mantuviesen una mano metida en un cubo de agua helada hasta que no pudiesen soportar por más tiempo el dolor. Primero repitiendo las veces que hiciese falta una palabrota. Y en un segundo intento repitiendo una palabra no ofensiva. Resultó que, en promedio, los voluntarios eran capaces de soportar casi el doble de tiempo (dos minutos frente a un minuto y cuarto) el dolor cuando podían desfogarse verbalmente.

Una conclusión que justifica todos los juramentos, me-cago-en’s y demás lindezas ya sea en arameo, castellano o galego, que proclamamos a voz en grito con según qué pimientos.

Por mi parte convido al lector a realizar otro par de experimentos por el estilo pero esta vez con los pimientos de Padrón como instrumentos de tortura.

El primero consiste en tomar dos raciones de pimientos (para nuestros lúdicos propósitos habrá que asumir que en promedio hay el mismo número de ejemplares doentes en cada ración) y degustar una con total libertad de expresión y la otra con la prohibición expresa de prorrumpir en malsonancias; y comprobar cuántos -y en cuánto tiempo- pimientos eres capaz de ingerir en uno y otro caso antes de pedir papas. Y ya te advierto que mejor te sería pedir, antes que patatas, leche, azúcar, grasas (léase matequilla, nata, aceite,…) o miga de pan. Pero nunca agua que lo único que hace es extender el fuego por toda la boca al arrastrar sin disolver a los puñeteros compuestos alcaloides.

El segundo, aún más lúdico, reunirse con un grupo de amigos en torno a una abundante pimentada y apuntar cada taco o juramento que salga por la boca de los presentes para comprobar cuál es el primero (taco) que se nos viene a la misma y, en consecuencia cual tenemos, inconscientemente, por más efectivo para contrarrestar o al menos aliviar el doloroso placer que proporciona un pimiento picante.

Y ya puestos, puedes combinar el experimento original, el de Richard Stephens, con este último de “colleita” propia y retar a tus amigos a meter la mano en el cubo de agua helada anotando con qué tacos se les llena la boca. A fin de comprobar si hay alguno “universal” como anestesiante o si, por el contrario, su “aplicación” varía en función de la fuente y naturaleza del dolor, ora el frío intenso del agua helada, ora la quemazón de los pimientos.

Autor del artículo

Dr. Gabriel Camacho









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